LECTURAS
- Hechos de los Apóstoles 15,1-2.22-29
- Salmo responsorial 66, 2-3.5.6.8
- Apocalipsis 21,10-14.22-23
- Juan 14,23--29
Si vivimos lo que Jesús nos enseña, entonces
abrimos nuestro corazón a Dios, permitiendo que el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo entren en nuestra vida, y eso se nota en los frutos, es decir, en las
obras. Que una persona importante venga a
nuestra casa es un honor. Cuánto más que Dios more en nosotros, como dice Jesús.
Santa Teresa escribe que “si entrar en el cielo es entrar en la vida de Dios, ¿No
es también un cielo que Dios entre en mi vida y la habite? ¿Hay algo más grande
que puede decirse de un hombre que decir “es un hombre de Dios”, o que “lleva a
Dios consigo?”
Los grandes Santos fueron hombres y
mujeres de Dios, hombres y mujeres de intensa vida interior (vida de oración),
pero también hombres y mujeres de compromiso solidario con el mundo que les
tocó vivir. Decir de alguien que es “hombre o mujer de Dios”, es afirmar que
estamos ante personas que aúnan en sí el conocimiento de Dios en la oración y
el servicio a los demás, sobre todo a los más pobres, porque quien es de Dios
dialoga o habla con Dios (oración) y hace las obras de Dios (compromiso profético).
En el Evangelio de hoy, también escuchamos
una promesa fundamental de Jesús: “El Paráclito (defensor), el Espíritu Santo, que
enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya
recordando todo lo que os he dicho”. Después de su muerte y resurrección, Jesús
ya no está físicamente presente como en su vida histórica, pero actúa con
la presencia y fuerza del Espíritu Santo, que actualiza la enseñanza de Jesús. De
aquí la importancia de escuchar al Espíritu Santo y dejarnos guiar por Él, y
esto se hace con la oración, con los sacramentos, como hicieron los discípulos
y María, la madre de Jesús, quienes reunidos oran y esperan la venida del
Espíritu Santo.
La primera lectura de hoy, de Hechos
de los Apóstoles, nos relata un gran conflicto que surgió entre los primeros
cristianos, unos procedentes del judaísmo y otros del paganismo. Y vemos que lo
resuelven, encontrándose y planteando el problema, dialogando sobre el mismo,
proponiendo y escuchando los diversos pareceres, preguntándose qué es lo
esencial y qué lo secundario, si la Ley de Moisés o la fe Jesucristo. Y llegaron a la gran decisión de que es
Jesucristo resucitado quien salva. Y lo dicen con estas palabras que redactan a
modo de decreto: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido… no imponeros
otras cargas…”. Aquí encontramos a los cristianos como pueblo que caminan
juntos bajo la guía del Espíritu Santo (primera concreción de Iglesia sinodal).
LECTIO DIVINA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
PRIMERAS COMUNIONES 25 MAYO DE 2025
Si vivimos lo que Jesús nos enseña, entonces abrimos nuestro corazón a Dios, permitiendo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo entren en nuestra vida, y eso se nota en los frutos, es decir, en las obras. Que una persona importante venga a nuestra casa es un honor. Cuánto más que Dios more en nosotros, como dice Jesús. Santa Teresa escribe que “si entrar en el cielo es entrar en la vida de Dios, ¿No es también un cielo que Dios entre en mi vida y la habite? ¿Hay algo más grande que puede decirse de un hombre que decir “es un hombre de Dios”, o que “lleva a Dios consigo?”
Los grandes Santos fueron hombres y
mujeres de Dios, hombres y mujeres de intensa vida interior (vida de oración),
pero también hombres y mujeres de compromiso solidario con el mundo que les
tocó vivir. Decir de alguien que es “hombre o mujer de Dios”, es afirmar que
estamos ante personas que aúnan en sí el conocimiento de Dios en la oración y
el servicio a los demás, sobre todo a los más pobres, porque quien es de Dios
dialoga o habla con Dios (oración) y hace las obras de Dios (compromiso profético).
En el Evangelio de hoy, también escuchamos una promesa fundamental de Jesús: “El Paráclito (defensor), el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Después de su muerte y resurrección, Jesús ya no está físicamente presente como en su vida histórica, pero actúa con la presencia y fuerza del Espíritu Santo, que actualiza la enseñanza de Jesús. De aquí la importancia de escuchar al Espíritu Santo y dejarnos guiar por Él, y esto se hace con la oración, con los sacramentos, como hicieron los discípulos y María, la madre de Jesús, quienes reunidos oran y esperan la venida del Espíritu Santo.