LECTURAS
La Ascensión del Señor no es un hecho aislado que sucede aparte de la resurrección, sino que es el desenlace de la muerte y resurrección, por tanto, es la entrada de Jesucristo en la gloria de Dios, dando por terminada su vida terrena o histórica, y comienzo de la misión de la Iglesia por encargo de Jesús. Esto lo expresamos en el Credo cuando decimos: “fue crucificado, padeció y fue sepultado, resucitó al tercer día, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre… y su reino no tendrá fin”. Así, la palabra “Ascensión” significa fin de la presencia física de Jesús en este mundo terreno, viviendo para siempre su condición de Dios y hombre, puesto que su humanidad ha sido divinizada por la resurrección.
La celebración de la Ascensión manifiesta el triunfo de Dios, cuyo proyecto se ha cumplido y se ha manifestado en Jesús, indicando que su modo de vida, que le llevó incluso a dar la vida por nosotros, es el camino que debe hacer la humanidad según el proyecto Dios, y, por tanto, ese es el camino del cristiano que de verdad quiere seguir a Jesús.
Con Jesucristo,
la humanidad tiene la puerta abierta para entrar en la dimensión de Dios, y
asegura lo que ya había anunciado a los Apóstoles en la tarde de la última Cena:
“En la casa de mi Padre hay muchas moradas y voy a prepararos un sitio, volveré
y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros”.
Hoy no celebramos la ausencia del Señor sino una nueva forma de presencia. Él permanece siempre a nuestro lado, pero lo hace respetando nuestra libertad y ofreciéndonos la ayuda del Espíritu Santo, que nos ilumina y da fuerza para dar testimonio de Jesús y poder actuar en su nombre. Por tanto, La Ascensión señala un antes y un después: del tiempo histórico de Jesús se pasa al tiempo de la Iglesia. Todo lo que Jesús hizo y enseñó tendrá continuidad en la misión de los Apóstoles y de la Iglesia.