LECTURAS
- Éxodo 3,1-8a.13-15
- Salmo responsorial
- 1 Corintios 10,1-6.10-12
- Lucas 13, 1-9
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús
responde a la inquietud de algunos sobre la tragedia de los galileos asesinados
por Pilato en el templo de Jerusalén y sobre el derrumbe de la torre de Siloé,
que mató a dieciocho personas. Jesús deja claro que estas desgracias no son
castigos divinos por pecados individuales, sino una llamada a la conversión.
Por ello, les dijo: “Y si vosotros nos os convertís, pereceréis lo mismo”.
A propósito de dichas desgracias, Jesús cuenta
la parábola de la higuera estéril: un árbol que no da fruto durante tres años,
pero al que el viñador le pide al dueño que le dé una oportunidad más, con
cuidado y paciencia, antes de cortarlo. En nuestra sociedad, solemos buscar
respuestas rápidas ante el sufrimiento: queremos encontrar una razón para el
mal y, a veces, culpamos a las víctimas o creemos que todo es fruto del
destino. Jesús rompe con esta lógica simplista y nos invita a mirar nuestra
propia vida en lugar de juzgar a los demás. Nos recuerda que lo importante no
es buscar culpables, sino hacer un examen personal y cambiar lo que
nos aleja de Dios y del amor al prójimo.
Vivimos en una cultura de lo inmediato,
donde lo que no da resultados se descarta rápidamente: relaciones, proyectos,
incluso personas. Sin embargo, Dios no actúa así con nosotros. Nos
da oportunidades, nos cuida, nos fertiliza con su Palabra, sacramento, con su gracia,
y espera pacientemente que demos fruto. Pero esa paciencia no es infinita,
porque nosotros vivimos en el tiempo que tiene un límite. Por tanto, la
parábola es una invitación urgente a cambiar ahora, a vivir con sentido, a no dar
largas a la conversión. Jesús nos muestra que Dios no
nos condena por nuestros errores, pero sí nos llama a cambiar. La
misericordia no es una excusa para la pasividad, sino un impulso para la
transformación.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús
responde a la inquietud de algunos sobre la tragedia de los galileos asesinados
por Pilato en el templo de Jerusalén y sobre el derrumbe de la torre de Siloé,
que mató a dieciocho personas. Jesús deja claro que estas desgracias no son
castigos divinos por pecados individuales, sino una llamada a la conversión.
Por ello, les dijo: “Y si vosotros nos os convertís, pereceréis lo mismo”.
A propósito de dichas desgracias, Jesús cuenta la parábola de la higuera estéril: un árbol que no da fruto durante tres años, pero al que el viñador le pide al dueño que le dé una oportunidad más, con cuidado y paciencia, antes de cortarlo. En nuestra sociedad, solemos buscar respuestas rápidas ante el sufrimiento: queremos encontrar una razón para el mal y, a veces, culpamos a las víctimas o creemos que todo es fruto del destino. Jesús rompe con esta lógica simplista y nos invita a mirar nuestra propia vida en lugar de juzgar a los demás. Nos recuerda que lo importante no es buscar culpables, sino hacer un examen personal y cambiar lo que nos aleja de Dios y del amor al prójimo.
Vivimos en una cultura de lo inmediato, donde lo que no da resultados se descarta rápidamente: relaciones, proyectos, incluso personas. Sin embargo, Dios no actúa así con nosotros. Nos da oportunidades, nos cuida, nos fertiliza con su Palabra, sacramento, con su gracia, y espera pacientemente que demos fruto. Pero esa paciencia no es infinita, porque nosotros vivimos en el tiempo que tiene un límite. Por tanto, la parábola es una invitación urgente a cambiar ahora, a vivir con sentido, a no dar largas a la conversión. Jesús nos muestra que Dios no nos condena por nuestros errores, pero sí nos llama a cambiar. La misericordia no es una excusa para la pasividad, sino un impulso para la transformación.