La Iglesia, con mucho acierto, ha
establecido como solemnidad este último día de la Octava de Navidad y primero
del nuevo año, dedicado a la madre de Jesús, poniendo de relieve su cualidad, única en la historia, la de ser la madre que gestó a Dios haciendo posible la
encarnación. Hay una oración muy antigua, que ya en
el siglo III decían los cristianos egipcios, oración que muchos conocemos y rezamos:
“Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas la oración de
tus hijos necesitados; antes bien, líbranos de todo peligro ¡0h Virgen,
gloriosa y bendita”. En esta oración ya se designa a María como Madre de Dios.
Será algunos años más tarde, en el concilio de Éfeso, en el año 431, cuando la
Iglesia recogiendo el sentir del pueblo cristianos proclama el dogma de la
Maternidad divina de María llamándola la “Theotokos” (Madre de Dios).
A veces, de un niño se resalta el parecido al padre o a la madre. De Jesús no se puede hablar así, porque Jesús que es Dios
hecho hombre, no es el resultado de la unión de un hombre y una mujer, como lo
somos nosotros, sino que toda su humanidad la tiene de María. Ella le dio la
sangre, el color de la piel, porque Jesucristo, Hijo de Dios, cuando toma
nuestra carne mortal la toma de María, gestando en su vientre, de
tal modo que ver a Jesús es ver a María. Seguro que Jesús, a pesar de no ser hijo
biológico de José, sin embargo, también se parecería a José en los gestos, en
los gustos, en la profesión, en su fe judía, que es lo que fue aprendiendo de
él, imitando también su forma de ser hombre.
Hoy el evangelio nos relata que los pastores
encuentran a María y José con el niño en el pesebre, lo que indica que a Dios
lo encontramos en la carne, en la humanidad. Dios ha descendido, se ha hecho
uno de nosotros comenzando como hombre en el vientre de una mujer.
Dios toma la iniciativa saliendo a
nuestro encuentro. Pero también requiere nuestra respuesta, nuestro deseo de
dejarle entrar en nuestra vida, en nuestro interior. Los pastores de Belén, la
gente más sencilla, fueron presurosos a ver al Niño; fueron los primeros en
llegar. Mas tarde llegaron los Magos, después de un largo trayecto: vieron
la estrella y se pusieron en camino, sorteando dificultades y aguantando
fatigas, llegando finalmente a donde estaba el Niño Dios. Pero Dios es quien ha
realizado el más largo trayecto: se ha rebajado, se ha hecho hombre para que podamos
encontrarlo.
Que seamos conscientes del gran amor que
Dios nos tiene, y que seamos agradecidos por ello. Que Santa María, Madre de Dios y madre
nuestra, nos acompañe en el camino del seguimiento de Jesucristo a lo largo de
este año que iniciamos hoy.
En domingos anteriores
se destacó la figura de Juan Bautista. Hoy entra en escena José, el esposo de
María y padre legal de Jesús. El evangelio de hoy nos presenta el “adviento”
peculiar y bastante ajetreado que le tocó vivir a José.
Como relata el evangelio,
José ya estaba comprometido oficialmente con María, lo que era parte del rito
antes de vivir juntos. José, seguro que esperaba con gran ilusión dar entrada a
María en su casa y vivir felizmente juntos como esposos. Pero un buen día se
encuentra con la sorpresa del estado de María, que espera un hijo. José no
entiende nada. Pero José tiene dos cosas claras: que la criatura que María
lleva en su vientre no es cosa suya; y que la mirada de María es limpia. Pero
la evidencia, el embarazo, choca con la inocencia de María.
El evangelio señala
que José era un hombre “justo”. En la Biblia, se llama “justo” al que cumple la
voluntad de Dios. Por eso precisamente, José no se queda con una primera
impresión, sino que trata de tomar una resolución.
José intuye que
hay un misterio detrás de aquella situación enigmática, y considera a María y a
la criatura en gestación como un misterio del cual no se siente llamado a
participar, de ahí, que decida apartarse, y por ello “repudiar a María en
secreto”. Esta es la decisión que le parece más justa.
De san José
aprendemos a no buscar el interés personal a toda costa, visto desde nuestras
emociones, pues éstas son pasajeras y pueden ser una trampa al hacernos parecer
que todo lo tenemos claro, cuando no es así.
El discernimiento
que hace José nos enseña que la voluntad de Dios es siempre buena para mí y
para los que me rodean. Que distintas serían las relaciones familiares, la de los
esposos y la de éstos con los hijos, si se supiera discernir.
En el caso de
José, después de un tiempo de tensión y sufrimiento, llega a ver luz, y descubresu particular vocación, por la cual acepta
una misión que no estaba entre sus
planes iniciales: acoger a María
como esposa y al niño que va a nacer como hijo, ejerciendo de buen esposo y de
bue padre: custodio de la madre y del hijo, darle el nombre a éste y ejercer de
padre legal, introduciéndolo así en la descendenciade David, como anunciaron los profetas.
Dios le complicó
la vida a José, pero lo hizo más grande de lo que él había sospechado. También
a nosotros, a veces, Dios nos complica la vida, cuando nos llama a una misión
más valiosa que, de aceptarla, nos hará bien a nosotros y a los que nos rodean.
Juan
Bautista grita diciendo: “Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos”.
La palabra “conversión” (“metanoia”) significa “cambio de mentalidad”; en lenguaje
bíblico es cambiar de rumbo en la vida. La conversión es llamada a una renovación
profunda de nuestra vida: de nuestras actitudes,
comportamientos, manera de vivir nuestras relaciones. Pero para rectificar es
preciso descubrir y reconocer que me he equivocado. Y tras hacer un
discernimiento descubriendo qué es lo mejor para mí, actuar en consecuencia.
Esto es la conversión.
Y la razón
de esta llamada a la conversión es “porque está cerca el Reino de los cielos”, que es la persona de Jesús, Dios hecho hombre, nacido en Belén.
Con Jesús ha
aparecido el Reino de Dios, pero el mundo lo ignoramos; seguimos sumergidos en nuestras
contradicciones, liquidando la justicia, la paz, sembrando la muerte y destrucción
de las personas y también de la “casa común” como es la naturaleza. Y por ello,
la insistencia e invitación de Juan: “Preparad el camino al Señor, allanad sus
senderos”, palabras que escuchadas en este tiempo de Adviento es como si nos
dijera: Mirad que el Señor viene de nuevo, y necesitamos abandonar los caminos
ambiguos, quitar los obstáculos que impiden la llegada de Dios a nuestra vida y
sociedad, que no bloqueemos las puertas de nuestro corazón.
Al decirnos
el evangelio cómo vestía y qué comía Juan nos está diciendo que también nosotros podemos prescindir de
muchas cosas superfluas que nos ofrece de manera desmedida la sociedad de
consumo, y busquemos lo único necesario para vivir.
Juan
dirigiéndose a los fariseos y saduceos (representantes del poder político y
religioso), les llama “camada de víboras”, es decir, agentes de muerte. ¿Qué
nos diría hoy Juan Bautista a cada uno de nosotros?
Y refiriéndose
a Jesús, dice unas palabras preciosas: “Yo bautizo en agua (como si dijera que eso no basta),
…pero el que viene detrás de mí, puede más que yo…Él os bautizará con Espíritu Santo
y fuego”. Es decir, él traerá la fuerza de la Vida y el Amor... Él es el Mesías
que viene a salvar a todos los pueblos y a todos aquellos que se abren a su
presencia.