LECTURAS
- Isaías 43,16-21
- Salmo responsorial 125,1-6
- Filipenses 3,8-14
- Juan 8,1-11
Desde el evangelio de este domingo, Jesús
nos invita a mirar nuestra conciencia y nuestras manos, a veces cargadas de “piedras”
para arrojar sobre los demás sin misericordia, como hacemos cuando juzgamos o
criticamos y condenamos sin piedad. Jesús quiere que nos preguntemos, ¿con qué
derecho juzgamos o criticamos a los demás? ¿Acaso estoy libre de pecado?
Jesús no disfruta condenando, sino que su
alegría es salvar. Ese es el camino a seguir, el camino de Jesús. Por tanto, se
trata de no ir por la vida pisoteando al prójimo, sino ayudando a levantarse, perdonando
y animando a cambiar de vida. Por eso, ante
la acusación de los fariseos y escribas, que terminaron por marcharse sin
lanzar las piedras, Jesús dice a la mujer: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco
te condeno; anda, y en adelante no peques más”. No minimiza el pecado, pero
ofrece un camino nuevo, una salida. Esa es la clave cristiana: reconocer el
error, acoger la misericordia y caminar en conversión.
Este pasaje evangélico es una
lección sobre el amor, la compasión y la hipocresía. Jesús no niega el pecado,
pero cambia el enfoque: de la justicia fría que busca el castigo, él ofrece una
segunda oportunidad.
Frente a una sociedad donde reina el
juicio apresurado y la exposición pública del error, como vemos tantas veces y
todos los días en TV y prensa, estas palabras de Jesús resuenan con fuerza. Muchas veces somos como los acusadores
del evangelio: rápidos para señalar los errores de los otros, ignorando los
propios. Pero Jesús nos recuerda que todos tenemos algo roto por dentro, y que
nadie estamos en condiciones de condenar sin antes mirar nuestro propio
corazón.
LECTIO DIVINA DE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA
HOJA DOMINICAL DIOCESANA
Desde el evangelio de este domingo, Jesús
nos invita a mirar nuestra conciencia y nuestras manos, a veces cargadas de “piedras”
para arrojar sobre los demás sin misericordia, como hacemos cuando juzgamos o
criticamos y condenamos sin piedad. Jesús quiere que nos preguntemos, ¿con qué
derecho juzgamos o criticamos a los demás? ¿Acaso estoy libre de pecado?
Jesús no disfruta condenando, sino que su alegría es salvar. Ese es el camino a seguir, el camino de Jesús. Por tanto, se trata de no ir por la vida pisoteando al prójimo, sino ayudando a levantarse, perdonando y animando a cambiar de vida. Por eso, ante la acusación de los fariseos y escribas, que terminaron por marcharse sin lanzar las piedras, Jesús dice a la mujer: “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco te condeno; anda, y en adelante no peques más”. No minimiza el pecado, pero ofrece un camino nuevo, una salida. Esa es la clave cristiana: reconocer el error, acoger la misericordia y caminar en conversión.
Este pasaje evangélico es una
lección sobre el amor, la compasión y la hipocresía. Jesús no niega el pecado,
pero cambia el enfoque: de la justicia fría que busca el castigo, él ofrece una
segunda oportunidad.
Frente a una sociedad donde reina el juicio apresurado y la exposición pública del error, como vemos tantas veces y todos los días en TV y prensa, estas palabras de Jesús resuenan con fuerza. Muchas veces somos como los acusadores del evangelio: rápidos para señalar los errores de los otros, ignorando los propios. Pero Jesús nos recuerda que todos tenemos algo roto por dentro, y que nadie estamos en condiciones de condenar sin antes mirar nuestro propio corazón.