LECTURAS
Recordando la última Cena en el evangelio de Juan, antes de dar su Cuerpo, Jesús honró el cuerpo de sus discípulos, lavándoles los pies y les pidió que hicieran ellos lo mismo, lavarse unos a otros, es decir, ser servidores los unos de los otros, Jesús tenía tanto interés en entregar su Cuerpo como en hacer que la lógica de la entrega mutua funcionara entre los miembros de su comunidad, a los cuales Pablo llamó «Cuerpo de Cristo».
En la mesa de Jesús hay sitio para todos. En el evangelio, los discípulos dicen a Jesús “¡Despide a la gente! ¡Que vayan a buscar alojamiento y comida!”. Jesús les había hablado sobre el Reino de Dios, había curado a sus enfermos. A los Apóstoles les parecía suficiente que Jesús les hablara. Pero Jesús sentía la necesidad de algo más. Les pide a sus apóstoles que lleven la hospitalidad hasta el extremo. Se lo pide con propuesta imperativa: «¡Dadles vosotros de comer!». Su respuesta es: «¡No tenemos para tan gran gentío!» Para Jesús nada hay imposible. Solo es cuestión de mirar al Cielo y desde allí recibir la bendición del Dios Abbá. La bendición llega a los panes y a los peces a través de las manos de Jesús. La forma de realizarlo nos recuerda lo que hizo en la última Cena, con los Apóstoles. Y en el evangelio de hoy, vemos que de las manos de Jesús el pan pasa a las manos de los discípulos, y desde las manos de los discípulos a las manos de la gente. “Comieron todos y se saciaron”, dice el evangelio. Esto aplicado a nosotros significa que Jesús no quiere nos limitemos nuestras celebraciones a una liturgia de la Palabra sin Eucaristía, ni un encuentro sin llevar a culmen la hospitalidad.
Hoy es la Fiesta del Corpus, y tenemos
que preguntarnos: ¿Está cambiando algo entre nosotros? Hoy Jesús se sienta con
nosotros a la Mesa. Repite los gestos de la última Cena. Resume ante nosotros
todo el entramado de su vida. Vuelve en cada celebración eucarística y Jesús pone
sobre el altar el Cuerpo entregado, el Cuerpo que ama sin límites, que unifica.