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sábado, 4 de mayo de 2024

Día 5 de mayo. Domingo VI de Pascua. Jornada Pascua del Enfermo.

 


LECTURAS

  • Hechos de los Apóstoles 10, 25-26; 34-35; 44-48
  • Salmo responsorial 97, 1.2-3ab.3cd-4
  • 1 Juan 4, 7-10
  • Juan 15, 9-17


El domingo pasado Jesús nos decía “permaneced en mí como el sarmiento permanece en la vid”. Hoy en la misma línea, nos dice “permaneced en mi amor”, que es el amor de Dios. De nuevo se repite el verbo “permanecer”. Permanecer conlleva duración en el tiempo, estabilidad y relación. Si nos detenemos en analizar nuestra vida, vemos cuantas cosas y circunstancias la alteran: lo que ayer parecía claro y definitivo, poco después se presenta difícil y complicado; nos movemos continuamente de aquí para allá, y tenemos el peligro de ver a los demás como objetos y no como sujetos. Los objetos, con el tiempo se deterioran, los tiramos y adquirimos otros. La persona (que es sujeto) cambia, por razón de la edad, formación, carácter, circunstancias que se le presentan, pero perdura en el tiempo. El “permanecer en el amor”, que nos pide Jesús, implica fidelidad. Esto significa que, ante el desgaste del tiempo y de los cambios, “permanecer en el amor” es más que simple duración; es un amor que cuenta con el cambio, la evolución, el crecimiento, pero sigue ahí un día y otro día, porque es consistente y, en consecuencia, definitivo.

La razón por la que Jesús nos pide “permanecer en su amor” es justamente para que obtengamos el fruto máximo, como él mismo nos declara: “Os he hablado para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud”. La alegría es el fruto de la fidelidad. Pero la fidelidad tiene sus enemigos: la falsa alegría que proviene de motivaciones pasajeras, que buscan solo el placer, el éxito, tener buena imagen, y que miden al otro como objeto con la intención de sacar un provecho egoísta. Este tipo de relación es un amor pasajero, sin consistencia. Otro peligro puede ser confundir el amor con el puro sentimiento, con una emoción, con un amor romántico, que se esfuman con el paso del momento o circunstancias.

Frente a esos peligros, Jesús se pone como ejemplo y nos dice: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”. Dar la vida no es un sentimiento o un amor romántico, sino una decisión comprometida, es la capacidad de sufrir por los otros, soportar las contradicciones y aceptar renuncias.


LECTIO DIVINA DESDE LA PARROQUIA DE SAN ISIDRO DE ALMANSA

HOJA DOMINICAL DIOCESANA